lunes, 31 de agosto de 2009

Café Amargo

La preocupación es causal. Es justificada, pero era básicamente inevitable.

La instalación de siete bases militares en distintas regiones de nuestro vecino país de Colombia (para los ecuatorianos), ha desencadenado millar de críticas a lo largo de toda Sudamérica, germinando comentarios hasta con tintes fanáticos como: “vientos de guerra comienzan a soplar” en Latinoamérica, que lo manifestaría Chávez.

La cosa va así: Estados Unidos tiene bases militares alrededor de 87 países, con la clara excepción de la Suiza neutral, ahora, no solamente las instalaciones que se proponen implementar en Colombia serán una de las de mayor prolongación tanto en cantidad de bases como extensión de éstas en un país aliado y «beligerante febril de la lucha contra el terror».

El 11-S generó el cambio más radical de la política exterior no solo de los atacados, sino en todo el mundo, en donde la consigna de la administración Bush (“O están con nosotros o con los terroristas“), dividió al mundo; desde las decisiones de permanecer neutral o juzgar el terrorismo las políticas planetarias se han enfocado en una ayuda ya sea directa o indirecta al país del norte.

El caso sudamericano es diferente, las posturas políticas desde el 11-S, se han mantenido en constante apoyo (tal vez trágica herencia de las dictaduras), pero un giro trascendental desde 1999 ha cambiado eso, diferencias políticas han evolucionado convirtiendo a los Estados Unidos en algo ya secundario pero importante, y ya no de una manera directa. Nótese que el cambio coincide con el ascenso al poder de Chávez y Bush; los ocho años de la desastrosa presidencia americana han sobresaltado a las oficinas ovales sudamericanas tendiendo a ser acérrimos críticos, aún así ésta apatía persistió con la nueva administración y se ha vuelto dolor de cabeza para Obama, se debe tomar en cuenta que Obama y Bush no son los mismos.

Analicemos la situación de Colombia:

Primero. Hace unos años se anunció el Plan Colombia (la desesperada petición de ayuda de Pastrana), entre Washington y Bogotá para asistir militarmente al país, sus vecinos protestaron. Hay que admitirlo: el antiamericanismo parece ser una pulsión ideológica mucho más fuerte que la preocupación por el destino de una sociedad como la colombiana amenazada por la peor pandilla del mundo (después de los maras).

Ahora. Nadie pareció preocuparse cuando Chávez, hace unos meses, dijo que pensaba crear 20 bases militares en Bolivia, tampoco ningún país denunció su amenaza militar a Honduras tras la brusca remoción del poder de Zelaya. Súbitamente, se olvidaron las bases soviéticas en Cuba, entre ellas la mayor del planeta dedicada al espionaje electrónico, y los cuarenta mil militares de ese país que llegaron a residir en la Isla durante la Guerra Fría.

La verdad es que Uribe tiene que buscar la solidaridad norteamericana porque sus “hermanos” latinoamericanos se la niegan y sus vecinos intentan hundirlo.

Segundo. El teatro de operaciones de esas bases no será estrictamente en territorio colombiano, abarcará a toda la región. También hay una admirable eventualidad de acontecimientos entre el golpe militar en Honduras y el desembarco de los marines –igual situación en la que Obama abandona México después de su visita oficial, y una semana después Calderón confirmaba la epidemia de H1N1.

La pregunta acá es si es un reloaded del Plan Colombia. La cuestión es lógica pura. No hay una amenaza de piratería en el Caribe sur, el canal de Panamá está totalmente a salvo y bajo la autonomía panameña, la lógica nos apunta que se instalarán bases militares para eliminar el narcotráfico que exclusivamente es un problema colombiano y las amenazas de las FARC, pero ¿porqué la mencionada instalación se hace cuando las FARC están en declive, sin dinero y sin una base dirigencial influyente? Lógica.


Hay que pensar la situación y el vacío de poder que Estados Unidos tiene por estos lares, es decir, la posibilidad de que Holanda no renueve el acuerdo por las bases de Aruba y Curaçao, con lo cual el área venezolana quedaría sin “control” estadounidense. El cierre de la base de Manta en Ecuador, con lo cual queda al descubierto el área del Pacífico. La pérdida por la revolución pacifista, de la base naval Vieques en Puerto Rico. Ante tal aluvión, se planearon estratégicamente conversaciones con Guyana Francesa y Brasil. Sí, Estados Unidos intentó llegar a un acuerdo con el gobierno francés para la instalación de bases aero-navales en la Guyana Francesa para que sus aviones militares despeguen a África, por la vía de la Isla Asunción (¿porqué creen que Estados Unidos, que posee la mayor tecnología de rescate después de Rusia, no cooperó con la búsqueda del Airbus desaparecido en aquella zona si la tercera cantidad del porcentaje de pasajeros muertos era de esa nacionalidad?).

El caso brasileño es muy diferente, fue un no rotundo, lo que lo llevó a desempolvar de las bibliotecas estatales aquel plan de hipótesis de conflicto que se realizaría en la Guerra Fría ante la amenaza de una invasión, decisión que llevó sus uniformados a realizar un convenio militar con Vietnam para recibir entrenamiento en la lucha guerrillera.

Vientos de guerra –todos los países con la excepción de la Argentina y Paraguay, ha incrementado sus presupuestos militares. Vientos de Guerra, el rencor ecuatoriano-peruano, la amenaza a otra violación a la soberanía ecuatoriana a cargo de Colombia, las acusaciones falsas o no de la relación Correa-FARC-Chávez, el temor de Venezuela ante un ataque colombiano. La cuestión de límites chileno-peruana, las papeleras en el Río de la Plata, y las delimitaciones de la Isla de San Andrés entre Nicaragua y Colombia que desencadenaron en demandas hacia La Haya. La posibilidad de una guerra civil en Bolivia. El aumento del presupuesto militar brasileño para consolidarse como potencia dominante del Atlántico Sur. El nefasto régimen en Honduras, señal que nuestras instituciones todavía no están consolidadas. Efectivamente “vientos de guerra” soplan en Latinoamérica, y la posibilidad de que haya o no un eventual conflicto no será por la instalación de bases militares, eso solamente fue la punta de una amplia y alta pirámide que como Gizeh le robaron su punta de oro. Influye sí, pero la manera en que influirá es anacrónica y eventual ante los acontecimientos que se están dando en esta parte del mundo.

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martes, 25 de agosto de 2009

Oda a lo que sea

“Tu lengua es traidora como

un cuchillo afilado.

Prefieres lo malo a lo bueno,

prefieres la mentira a la verdad:

lengua embustera prefieres las

palabras destructivas.”

(Salmo 57)


Quisiera referirme explícitamente a como tratamos de entorpecer el proceso literario, artístico y demás idiosincrasias relacionadas con el desarrollo cultural de nuestro país, que cada día -(según mi opinión humilde)- ha encontrado la adecuada y resolutiva manera de ir superando situaciones pueriles y nefastas en contra del mencionado desarrollo, enfrentándose a éstas valiente e indirectamente; pero a la vez un poco gratificantes en sus momentos de gloria sin reconocimiento, claro está; con los tan afamados, vilipendiados y constructivos (hasta cierto modo): críticos.


Sí. Y es funesto considerarme dentro del tan exclusivo grupo de personas que criticamos, tildamos y reprochamos, tanto, con o sin argumento a las escuelas, (literarias, artísticas) que de cierto sentido carente de idealismo o discreción, nos han venido inculcando un tipo de literatura o gusto por el arte, considerándolas como un apadrinamiento compasivo: porque verdaderamente depende de los maestros el qué hacernos leer, o el qué hacernos ver y también de nosotros, y nuestros padres la entera formación de nuestras opiniones artísticas y literarias, traicionando así nuestros primeros libros de Disney con el trillado «final feliz» (Sarcasmo y risas). Lógicamente entenderemos que todo cambia, como lo diría la Sosa: “Cambia, todo cambia, que yo cambie no es extraño”, llegará un momento en que definitivamente tendremos que cambiar nuestros viejos libros de colorear por el tan afamado “Don Quijote” y reemplazar a Edipo por Shakespeare, Borges, Nabokov, y a la Warner por el ansiado cine independiente europeo o latinoamericano con tintes revolucionarios-antiimperialistas.

Pero, ¿realmente nos ofrecemos al cambio y estamos concientes que no solamente cambiamos nosotros, sino también nuestra sociedad?

Hay que reconocer con ponderación, si es necesario, que inevitablemente el Ecuador ha cambiado… No solamente en el aspecto que el nuevo régimen quiere inculcarnos con bombardeos subliminales televisivos, sino más bien enfocándonos en lo cultural. Ecuador ha avanzado de una manera muy peculiar en esta última década. La condición intermitente del cine nacional (un ejemplo claro de aquel avance), mantiene la actividad cinematográfica en permanente refundación y consecuentemente la memoria histórica es debilitada, pero en contraste con esto son las excelsas películas ecuatorianas presentadas no solamente por compasión en nuestras salas de cine (tal vez eliminando de la cartelera alguna hollywodense, más vendedora), sino también presentadas en algunos Festivales Internacionales, que si bien no están a la altura de Cannes o Venecia, mucho peor del utópico Oscar, han hecho que la estética que se plantea en la pantalla grande sea un fiel reflejo de algo nativo, puro y enteramente, de sucesos ecuatorianos. He ahí dónde las tan afamadas masas de críticos ecuatorianos mal entienden el concepto de «nacionalidad cinematográfica».

En el estreno de “Crónicas” de Sebastián Cordero (al cual tengo el gusto de conocer personalmente por algún desliz sentimental de mi prima), me pareció realmente pésima la actitud de aquel periodista ecuatoriano, que preguntó si, ¿ésta es una película para elevar al Ecuador a los altares de la Academia de Artes de Hollywood? Cosas como ésta, muestran el tamaño de nuestra “soledad de cien años”. En amplia comparación con el Premio Nobel colombiano, que alienta a comprar el «producto país».


Eventualmente nos volvemos psicópatas, o simples gendarmes al mando de las dictaduras, al ejecutar en el paredón de las ideas, nuestros puntos de vista de libros leídos (a mal gusto), de obras de teatro (obligadas) o de películas (excelsas) que ha venido a conformar, con simples comentarios carentes y reducidos del verdadero deseo de hacer de alguna eventualidad, algo catártico o simplemente, mejor. Porque, desde luego, no estamos a la altura de un Borges para realizar un “Prólogo de prólogos”, pero estamos en la capacidad receptora, en este caso de aglutinar las diferentes visiones artísticas (obligadas o no) que se nos ponen al frente.


Seguiré tratando de analizar más cuestiones desgraciadas para fundamentar esta opinión humilde, dócil, y mostrenca.

AŋđŗΞ'Ş ζ¡$ŋΣřǿ§